viernes, 5 de junio de 2009

Plafón

1. Era imposible. Había docenas de ellos. Más aún. Cientos. Miles. Todos acechándolo con su incandescente y cegadora mirada, intensa y petrificante. Como pequeños y variados basiliscos. Estaban ahí todos los días, todas las horas que pasaba en ese lugar, pero hoy estaban especialmente inquietos. Y eso le preocupaba sobremanera, no podía vaticinar nada bueno… Su madre le advirtió que no cogiera ese trabajo, también su psiquiatra, pero no los oyó. No quiso oírles. De repente, uno de ellos se lanzó hacia él desde lo alto. Pudo esquivarlo echándose hacia atrás, pero entonces tropezó con una estantería, y acabó derrumbándola. Todas las repisas de aquella sala estaban conectadas, así que poco a poco esa agitación los despertó a todos, y cientos, sino miles, de estas aterradoras criaturas sedientas de sangre se abalanzaron sobre él desde la altura. Comenzó a correr intentando huir de ahí, corrió hasta que le ardieron los pulmones y se le desgarraron los músculos. Pero fue inútil. Él lo sabía. Nadie escapa de los plafones. Mucho menos en aquél pasillo del Ikea.


2. El aterrizaje había sido desastroso, pero por lo menos aún estaba sano y salvo. Y la nave tenía arreglo. Como todavía era muy pronto para comenzar su misión, observó en su cuentatiempo universal adaptado, decidió descansar un poco y se tumbó en el… césped, informó su agenda-indentificadora integrada. Se estaba bastante fresquito tumbado bajo los árboles (no recordaba cuales ni le apetecía sacar el identificador de nuevo) y ya había pasado el primer ocaso, por lo que el cielo estaba oscuro y plagado de cuerpos celestes. En realidad, por lo recordaba de su Curso Intensivo Multidisciplinar Terrestre adaptado para esta misión, este planeta, VL-SS-4//8891 o “La Tierra” en sistema eponímico local, sólo tenía un ocaso, porque sólo tenía un satélite. Lo buscó en vano, pues estaba fuera de su campo de visión, así que se levantó para ver si estaba tras las raíces de los árboles. Lo encontró. Se quedó mudo de asombro, y así, con los ojos abiertos de par en par, varios minutos. Aquel satélite era precioso. Un gran disco blanco, el mayor que había visto en todos su eones de vida, colgaba del oscuro cielo custodiado por cientos de estrellas que adaptaban las más variopintas y curiosas distribuciones a su alrededor. En ninguno de sus libros había visto una representación gráfica tan maravillosa como aquella. Se tumbó de nuevo, pero en sentido opuesto, y estuvo varias horas admirando su danza celeste, de este a oeste, mientras ordenó a su agenda-identificadora integrada que le contara historias sobre “La Luna”, como decían los humanos. Su cuentatiempo universal adaptado le avisó de que ya era hora de empezar las prácticas de reconocimiento. Adoptó la forma humanoide que le correspondía, se teletransportó al centro de ocio-musical-social nocturno más cercano, y recordó lo aprendido en la asignatura Técnicas de Apareamiento No Reproductivo. A los dos minutos salía del local con una despampanante rubia que lo había invitado a su “piso” -habitáculo de permanencia sedentaria, recordó- y tras un breve paseo en el que siguió aplicando las técnicas aprendidas –no en vano había obtenido la calificación A++- llegaron a dónde tendría lugar el acto y las prácticas de reconocimiento. Nada más entrar en el “portal”, advirtió que tanto el techo como las paredes estaban decoradas con convexos discos blancos o grises y luminiscentes, que variaban en forma y simetría entre las distribuciones del edificio. Dentro del “pisito” de la hembra había más, de diferente ornamentación y tonalidades que tornaban al naranja o al amarillo, repartidas por absolutamente todos los rincones de la casa. A decir verdad, eran muy estéticos y demostraban muy buen gusto por parte de los humanos. Resultaba que aquella civilización, que la Unión Aliada Interestelar consideraba tan primitiva, adoraba a “La Luna” y la agasajaba con altares y homenajes por doquier. Una raza capaz de demostrar una sensibilidad tan afinada no podía ser clasificada con menos de un 4 en la escala cognitiva valorativa de especies. La muchacha se desnudó y le apremió, así que recordó la última consigna de las Técnicas de Apareamiento No Reproductivas: Una vez inmersas en el acto sexual, a las damas les gusta: sinceridad y obediencia. Ahora le vas a hacer el amor a lo más bonito que hay en este cuarto, dijo la rubia. Así que obediente, se colgó del techo y se folló el plafón.

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