jueves, 21 de julio de 2011

Valentía

1. Era un militar del ejército nazi, me apuntaba con su pistola y no paraba de gritar. No entendía lo que decía, y la verdad, tampoco me importaba. Sabía que mi vida pendía de un hilo, en ese instante mi vida valía menos que una piedra. Había tropezado y mi carretilla cayó y con ella el cargamento que llevaba. En otros tiempos sólo tendría que haberme puesto a recogerlo, pero no sé por qué en aquellos momentos algo así acababa costándote la vida. Ese soldado me miraba con superioridad, la superioridad que le daba empuñar un arma. Era el escudo con el que todos se protegían ante nosotros. ¿Protegerse de qué?, si nosotros lo único que queríamos era pasar un día sin miedo. Muchos habían tenido menos suerte que yo por el simple hecho de estornudar en la cola de la comida, o por pararse para secarse el sudor de la frente. A veces me llegaba a plantear si realmente éramos animales, parece una tontería, pero nos trataban como tal y era la única explicación que podía entender. La realidad después de los años es que no había explicación para lo que hicieron, que millones murieron por el capricho de un soldado que se levantaba de mal humor y que millones siguen muriendo teniendo en frente a un hombre que le apunta cuando él va desarmado. Y varios tienen medallas por ello.

2. En el calabozo. A la espera de ser juzgado por haber cometido una agresión, acusación que el fiscal pretende endurecer pidiendo una condena por intento de asesinato. Lo sé, soy culpable. Ahora mismo ese mal nacido está retorciéndose de dolor en el hospital, con varias costillas y ambas piernas rotas, además del cuerpo magullado por los golpes. Se lo merece, eso y más. Tuvo suerte de que nos separaran, porque de otra manera ahora mismo estaría luciendo un pijama de madera. Maldita basura, debería ser él quien se pudriese en la cárcel y en vez de eso se recuperará y volverá a casa. Eso sí, juro por mi vida que si le vuelve a tocar un pelo a mi hermana deseará que le pegué la paliza por la que voy a estar un tiempo a la sombra, porque de lo contrario lo que le espera no lo iba a experimentar ni en el mismísimo infierno.

3. Iba el príncipe montado en su grandioso corcel. Un caballo blanco reluciente que destellaba durante el día por los rayos del Sol. El príncipe estaba protegido con una magnífica armadura de hierro. Armado con su fiel espada que de tantos peligros le había salvado. Llegó a la torre dónde debía rescatar a la princesa de las garras de un temible dragón. Subió la torre y allí lo encontró. El dragón escupió una bocanada fuego y el príncipe se protegió con su escudo. Acto seguido el príncipe se desplomó, estaba muerto. La tarde anterior su madre estuvo limpiando su habitación, y el príncipe por equivocación se llevó el escudo normal dejando el escudo ignífugo en su casa.

PD: Rescatado de un viejo disco duro de un portátil averiado. Ésta fue la primera definición que escribí y ahora la comparto (me ha entrado nostalgia al verla). Madre mía, aún me atrevía a escribir en primera persona, ¡qué cosas! Bueno, espero que guste...

viernes, 15 de julio de 2011

Soledad.

(El original, cómo el Cola Cao con grumitos)



No sabía cómo empezar a contarlo todo. Siempre se había estado engañando a sí mismo. Este era un pensamiento que le abordaba desde hacía tiempo y aún no lo tenía del todo claro. Pero existía la posibilidad de que fuera cierto. Ese pensamiento hacía referencia a su infelicidad. La causa posiblemente se debía a la soledad que padecía sin remedio, provocada por un sentimiento autodestructivo que se profesaba desde hacía mucho tiempo. Últimamente era consciente de que no se quería, no queriendo estar con otras personas. Su error se producía de esa manera, ya que siempre había pensado que no necesitaba a nadie con quien estar más que consigo. Siempre había creído que era autosuficiente, pero se estaba dando cuenta de que lo más seguro es que no fuera así. No es que fuera incapaz de relacionarse con otras personas, sabía suficientemente que sí lo era. La cuestión es que nunca en su vida había dejado que nadie le conociera. Por las circunstancias a lo largo de si vida, había ganado merecidamente ese defecto. Pesaban los días y veía como en realidad nadie le conocía. Era una sensación extraña que le era imposible definirla. Igual era demasiado trágico y no era para tanto, pero no sabía si se estaría engañando de nuevo. Por dos razones, la primera porque al ser algo que había dejado que sucediera durante tantos años, la situación ya pudiera con él y no serviría de nada que se compadeciera de sí mismo. Y la segunda, por el contrario, que le daba demasiadas vueltas a las cosas y que el problema no fuera tan grave como pensaba. Por tanto, tampoco serviría de mucho compadecerse de sí mismo. Su remedio en este caso sería sencillo, lo más fácil era seguir como estaba. Engañándose para poder sentirse bien, sin tener necesidad de sentir compasión y eliminando todos los problemas que se pudiera crear. Había otro remedio que se le antojaba imposible. Que sería dejar a alguien que le conociese. Un apoyo externo al de su familia. Algo que no debería ser necesario pero sin lo que no se sentía seguro. Era capaz de relacionarse con gente, pero no era capaz de formar parte de nada porque antes de que las personas pudieran o no rechazarle, ya se había rechazado. Su problema era él. Algo irónico, pero llevaba la condena de ser así para el resto de su vida. Tenía un problema, si fuese otra persona estaba seguro de que se resolvería fácilmente. Pero como no era así, creía que no lo resolvería nunca. Se sentía infeliz y desgraciado, porque era infeliz y desgraciado. Y lo mejor era que esa situación se mantenía de esa manera porque él quería. Había gente que le importaba, que le gustaría que pudiese entrar en su pensamiento. Pero no iba a descubrirse ya que podrían sentir pena de él. Y lo último que quería era darle pena a nadie. Y también porque no estaba seguro de importarle a alguien lo suficiente como para ello. Además, sería totalmente vulnerable si alguien lo supiese, porque tendía a protegerse de sí mismo solo. Ya que así, sólo tenía que preocuparse de él y de todo lo demás.

PD: La de cosas que no he publicado, no si al final voy a ser más prolífico de lo que parecía. Un saludo.

miércoles, 6 de julio de 2011

Plafón

1. Custodio de la luz de la esperanza inalcanzable. Una barrera material que le impedía obtener su ansiada necesidad. Sentía la luminosidad que se desprendía de aquella prisión, pero no era suficiente. Debía recobrar el destello de lo que una vez fueron sus ideas, ahora confinadas al olvido de la expectación. A ver y no poder hacer nada. A tener que quedarse estático, a la espera de un milagro que pudiera salvarle. Tenía que liberar al hada de su inspiración, aquella que domaba su elocuencia y le permitía con algunas palabras mal hiladas, darle la tranquilidad que necesitaba. La musa que hacía acallar sus voces internas, distrayéndolas. Permitiendo que pudieran hablar por un instante suficiente para poder apaciguarlas. Pero la realidad era muy distinta en aquel momento. Casi consumido por su propio ser y antes de desfallecer, pudo observar como la luz se apagaba. Y al apagarse la luz llega la hora de dormir.

2. Estaba siendo una noche tranquila. El inspector estaba de guardia, sentado en la vieja silla de su escritorio con los pies encima del mismo. De repente, sonó el teléfono. Sin inmutarse lo descolgó antes de que volviera a sonar. El interlocutor era el director de un hotel próximo a la comisaría. Por lo que pudo entender, había aparecido un muchacho muerto en una de las habitaciones. El inspector colgó el teléfono, musitando un gruñido displicente. Se desplazó al hotel en su coche, al llegar el recepcionista le esperaba y se ofreció a conducirle al lugar en cuestión. El inspector entró en la habitación, había ya policía acordonando la zona. La habitación estaba a oscuras, pero se podía intuir lo que había en el interior. Había una gran ventana de cristal en frente de la puerta de entrada. Ésta remataba a su vez en otra puerta también de cristal que conducía a una amplia terraza, con vistas al interior del hotel. El inspector llamó a un par de policías para que alumbraran la habitación con sus linternas. Fue entonces cuando pudo ver el cuerpo del muchacho sin vida, con un orificio de bala en la frente y con una pistola en la mano derecha y una botella de alcohol en la izquierda. Estaba inclinado contra la esquina del lado izquierdo al lado de la cama, dejando en el suelo un incipiente charco de sangre. El inspector paseaba por la habitación, mientras el dueño del hotel irrumpió en la habitación rompiendo el inquietante silencio.
- Un caso fácil inspector, el tipo se suicidó. Rellene los papeles y acabemos cuanto antes. Este tipo de cosas acaban con la reputación del hotel.
- No tan deprisa, amigo. Déjenos hacer nuestro trabajo.
El inspector se acercó a una bonita lámpara de suelo, bastante alta. Estiró el brazo tocando el plafón, estaba caliente.
- Amigo mío, necesito una lista completa del personal del hotel, así como las grabaciones de seguridad de las cámaras. Cuando tengamos todo eso iremos les iremos interrogando uno por uno. Aquí se ha cometido un asesinato – sentenció el inspector.

3. Mosquito 1: Vaya, alguien por aquí. Creía que me moriría del aburrimiento.
Mosquito 2: La leche, pero si es Clifford. Que pasa compañero, ¿buscando alimento?
Clifford: Pues claro, Henry. Pero a oscuras y con esas dos luces mareando por ahí no me atrevo. Cualquiera diría que nos hemos metido en un campo de concentración.
Henry: Ahí hay un tipo con gabardina, ¿atacamos?
Clifford: Espera, que parece tener muy mala leche, digo sangre.
Henry: Mira por donde, se hizo la luz.
Clifford: Madre mía, vaya suerte acabamos de tener. Si tenemos un mar de cosecha del ochenta y ocho justo delante de nuestras narices.
Henry: Pero, está en el suelo, Cliff.
Clifford: No te me vayas a poner exquisito ahora, que cuando el hambre aprieta…
Henry: Además ya no cumple la regla de los 5 segundos.
Clifford: No, si al final te las vas a ganar. Yo voy, tu haz lo que quieras.
Henry: …lo que quierash.
Clifford: Oye, cenutrio. Ven que está fresquísima.
Henry: …freshquísima.
Clifford: ¿Henry? ¿Qué haces?
Henry: …qué hacesh?
Clifford: ¡No vayas hacia la luz!, Henry. ¡No vayas hacia la luz!
Henry: … hacia laaaaarg.
Clifford: Mm, bueno. Pues más para mí.

PD: Vaya, qué de tiempo. A ver si con esto me vuelve el gusanillo. Como de costumbre un placer. El diálogo al final es síntoma de fracaso, esperemos que no sea así, esta vez.