martes, 9 de junio de 2009

Hielo

1. Hielo: ¡Qué calor! ¡No paro de sudar!
Hielo seco: Normal, no usas Rexona.
Hielo: Menos pitorreo.
Hielo seco: Deberías afincarte una neverita, como hago yo.
Hielo: Antes de llegar a la tienda me habré consumido.
Hielo seco: Halla tú.
Hielo: Lo que me voy a afincar es un Gin Tonic, que me lo paso mejor.
Hielo seco: Serás putero, irás derechito al infierno de los líquidos, junto a los fluidos corporales del pecado.
Hielo: Y me lo dice el que va vestido de blanco papal, pírate copito de nieve.
Hielo seco: Eso voy a hacer, me esfumo.
Hielo: Nunca mejor dicho.
(Lo que de verdad es surrealista, es el hecho de que os imaginéis dos hielos hablando entre ellos, porque total, yo ya sabía que estaba loco)

2. Un día más paseaba por las devastadas calles de lo que había sido su ciudad. Como fiel compañero su rifle, que le había mantenido con vida hasta entonces. Sabía que lo perseguían para abatirlo, pero sus pasos reflejaban la despreocupación del camino que iba a tomar. De repente, algo explotó a su lado y la onda expansiva le golpeó contra la pared de un edificio derruido, después de un leve aturdimiento, vio como un soldado le apuntaba desde el final de la calle. Sin darle tiempo para reaccionar al soldado, éste apuntó asestándole un balazo de hielo reluciente entre ceja y ceja. Era letal, el último de su extinta raza. Se caracterizaban por poseer un corazón de hielo tan espeso que ni la sangre que corría por sus venas era capaz de derretirlo. Ese soldado pertenecía ya a una larga lista de víctimas, que el ejército no podía permitirse si querían alzarse con la victoria en la guerra. Siguiendo su camino nuestro desconocido amigo, se encontró con una niña pequeña que sujetaba una sábana blanca con fuerza y salía de la estructura de lo que parecía un antiguo museo. Otra explosión tuvo lugar cerca, lo suficiente como para que éste cogiera a la niña y se la llevara corriendo a un lugar seguro. Los pasos de los soldados en ese momento eran ensordecedores y el llanto de la niña delató su posición. Nuestro desconocido dejó a la niña sentada, apoyada en la pared de una calle sin salida. De pie intentaba consolarla sin saber como Después de un buen rato decidió que no podía hacer nada más, el ejército la encontraría y se ocuparían de ella, él tenía que seguir huyendo para salvar el pellejo. Pero ya era tarde porque al darse la vuelta un oficial del ejército le apuntaba a la cabeza, cerró lo ojos y soltó el arma que cayó al suelo produciendo un golpe sordo. Sin vacilar, el oficial disparó y éste se desplomó. El oficial se alejó un poco del callejón para dar a conocer su posición. En ese instante la niña gateó hasta el cuerpo sin vida de su momentáneo protector, tocó con su mano el pecho de éste, fundiendo así su corazón de hielo que se transformaron en dos lágrimas que brotaron de sus ojos y le dieron la fuerza suficiente para expresarle a la niña su infinito agradecimiento con voz ronca. La palabra quedaría grabada en la memoria de la niña. Gracias.

3. Voy a ponerme a vender frigopies en un kiosco al lado de un oasis en medio del desierto, únicamente para experimentar la sensación de decirle a alguien que venga extenuado y deshidratado que lo que está viendo es un espejismo. Y todo esto sin salir del frenopático. Ni McGyver.

PD: Lo siento mucho.

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