sábado, 1 de agosto de 2009

Soledad

1. Nadie, ni un alma en la calle. Nunca Nueva York había estado tan desértico. Ni una persona en la quinta avenida a las tres de la tarde, ni un coche ocupado, ni un rascacielos habitado. Y así en absolutamente todas las ciudades del planeta, excepto una. En San Fernando, su único habitante se paseaba sonriente por las abandonadas calles. Ya era mala suerte para la humanidad que el último genio de la lámpara maravillosa fuese a parar a manos de un agorafóbico.

2. Era un tipo peculiar. Nunca perdía la sonrisa durante el día. Se relacionaba con todo el mundo de la aldea, dejaba que la gente dirigiese las conversaciones, se interesaba por los problemas de los demás y se le veía por la taberna regularmente. Sin embargo, era en ese sitio, durante la noche, cuando todo cambiaba. A veces se ponía a beber cerveza hasta que se caía del taburete, se entristecía mucho, o abandonaba el bar llorando directamente. Seguramente era el precio a pagar por ser escritor en una aldea en la que nadie sabía leer.

3. ¡Nadie me entiende! ¡Nadie! Y se encerró a llorar en su cuarto. Se sentía incomprendida, abandonada. Sola en el mundo. Y tenía derecho a ello: a fin de cuentas era una adolescente. Aunque en su caso se había cometido una terrible injusticia. ¿Cómo explicar si no que sus padres se negaran a pagarle un viaje a Las Vegas con una amiga para ver el último concierto en directo del año de Zack Efron con entrada VIP en la que se incluía la posibilidad de conocerlo, aún coincidiendo con los exámenes finales del curso y estando sus padres en el paro?

4. – ¿Has visto a ese engreído de allí? ¿Qué se cree?
- No sé que decirte, la verdad.
- ¿No sabes que decirme? Míralo, ahí en medio de la duna, sin absolutamente nadie alrededor.
- No creo que sea por su culpa. Quizá la gente no quiere acercarse por sus pinchos.
- O quizá el tenga esos pinchos para que no se le acerque nadie. ¡Venga hombre! ¿Qué se cree? ¿Un erizo?
- ¿Y cómo sabes tú lo que es un erizo?
- Lo leí en una revista de la Nacional Geographic. No eres la única iguana de por aquí que le gusta leer, ¿sabes?
- Puede ser, pero el caso es que no parece precisamente a gusto.
- Eso está claro. Ese color verde sólo puede ser por la envidia. Odia que nosotros tengamos gente con la que hablar. Fíjate, no se le acercan ni las serpientes. Ni una presa busca escondite en él. Hasta las arañas prefieren quedarse al sol a ponerse en su sombra.
- Más razón. Si nos envidia por relacionarnos, no usaría pinchos para ahuyentar a la gente. Todo lo contrario.
- Es un prepotente asqueroso. Fíjate, ha escogido el punto dónde más calor hace de por aquí, justo en el sitio dónde menos agua se puede captar. Psss… Chulo.
- ¿Pero que dices? ¡Él no ha escogido nada! Por dios, es un árbol. ¡Los árboles no escogen dónde nacen!
- ¿Eso es un árbol? Por favor… Una encina es un árbol. Un pino es un árbol. Hasta un naranjo de ciudad es un árbol. Pero eso… para mí eso no es más que una planta. Un arbusto gordo. Es indigno de llamarse árbol. Venga, que tengo prisa, vámonos.
“No se yo qué pensar”, seguía cavilando la iguana. “Probablemente yo también me volvería bastante pinchoso si estuviera así de sólo”.

5. Ya se había acostado todo el mundo. No quedaba ni uno despierto, todos sumidos en sus sueños y sus ronquidos. Sólo él estaba despierto. Afuera, en el patio, escribiendo bajo la luz naranja de un antiguo farol. Se levantó y cerró los ojos. Se concentró en escuchar el rumor del mar y las olas lamiendo la playa a escasos metros de donde estaba. Lo habían dejado absolutamente solo. A solas con sus pensamientos, con sus preocupaciones, con sus alegrías, con sus escrituras y con el mundo. Totalmente sólo. Por fin cojones. Por fin.

6. Llegó a su casa después del trabajo. Se quitó los tacones, puso su música favorita a todo volumen, se sirvió una coca- cola bien fría, se desnudó y se tumbó en el sofá bajo el ventilador. Suspiró de alegría. Menos mal que vivía sola.

7. Eran las diez de la mañana del uno de agosto. Sus dos niños de nueve (él) y seis años (ella) se acaban de ir de acampada quince días. Su marido trabajaba de lunes a sábado de ocho a seis. Era ama de casa. Llevaba todo el año esperando sus dos semanas de casi-vacaciones.

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